Hechos 2:42-47
En este mes de Julio hemos dedicado nuestra lectura bíblica como en el mes anterior, al libro de los “Hechos de los Apóstoles”, el cual nos ha inspirado a marchar bajo la consigna:
“LA COMUNIDAD DEL ESPÍRITU”
Al observar detenidamente el nacimiento de la Iglesia de Jesucristo, aquella que vivía dirigida e impulsada por el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Dios; nuestras convicciones alcanzan mayor firmeza y nos plantea nuevos desafío.
Encontramos una Iglesia a la que se le delegó un proyecto, una comunidad de hombres y mujeres a los que se le otorgó la bendita responsabilidad de continuar la misión de Jesucristo, una Iglesia que entendió que la proclamación de la buena noticia y la salvación que Dios ofrece, no puede ser de otra manera que a través de una verdadera liberación en todos los órdenes de la vida (personal y comunitaria).
Una Iglesia que concibió la misión de Dios, como la misión de todos/as los/as que se dejaban inspirar por el Espíritu de Cristo y no como el trabajo de “algunos pocos iluminados”.
Comunidad que entendió que su labor debía ser pastoral y profética; y como tal levantaría la furia de los “poderosos”, de los que se beneficiaban oprimiendo al pueblo y de la cúpula religiosa cómplice. Pero esa “oposición” no solo sería externamente, sino que también se daría en el seno de la misma, de parte de aquellos/as que impulsados/as por sus intereses personales y egoístas, intentaban personalizar el trabajo comunitario.
Una Iglesia que supo resistir al diablo en todas sus expresiones y aunque la persecución, la cárcel y la muerte sobre los/as que creían en el Reino de Dios, cada vez era más violenta, el poder de la unidad y la llenura del Espíritu de Dios los hacía fuertes para seguir andando. Una Comunidad que celebraba al Dios de la vida, en medio de un contexto de muerte y represión.
Vemos una Iglesia con un profundo y amplio sentido comunitario, solidario, e igualitario; donde tenían las cosas en común, donde de cada cual se esperaba según su capacidad y a cada cual se le daba según su necesidad. Era la Iglesia de Dios, una Iglesia de puertas abiertas, una Iglesia de todos y para todos.
Ahora, en estos tiempos de cambios en nuestra América Latina, cuan difícil pero necesario es permanecer fieles a esos principios y valores; que importante e indispensable es ser llenos del mismo Espíritu Santo, y entender verdaderamente la misión de Dios como la misión de todos/as; es elemental que la Iglesia tenga expresiones realmente pastorales y proféticas en el medio donde actúa.
En estos tiempos, la Iglesia debe engendrar una fe liberadora, debe ser un instrumento de liberación y transformación, debe ser la luz que necesita el mundo entero, debe encender la esperanza de los pobres y oprimidos; debe comprometerse más y más con el Reino de Dios, que es un proyecto de vida para todos/as.
Hoy lamentablemente muchos/as necesitan mantenerse divorciarnos de esa Iglesia, de esos principios y valores, porque no responde a sus intereses personales; porque la estructura, la pirámide se invierte, porque no es redituable y tienen que entender que no somos llamados a ser servidos, sino a servir y que para ser el primero de la fila, hay que aprender a ser el último, entonces se van tristes como “el joven rico” que no entendió en qué consistía el Reino que Jesús anunciaba.
Por los Pastores
Diego Javier Mendieta y Gabriela Soledad Guerreros
Por los Pastores
Diego Javier Mendieta y Gabriela Soledad Guerreros