martes, junio 02, 2009

LOS PRESIDENTES QUE HABLAN CON DIOS

El ex presidente de los Estados Unidos de América, George W. Bush ”hablaba con Dios o, mejor dicho, Dios hablaba con él” comenta el escritor Juan Gelman, en un artículo publicado en el diario (argentino) "Página/12" el domingo 31 de mayo.

Gelman agrega. Bush decía: “Me conduce una misión de Dios. Dios me dice ‘George, ve y lucha contra esos terroristas en Afganistán’. Y lo hice. Y luego Dios me dice ‘George, ve y termina con la tiranía en Irak’. Y lo hice”. Gelman cita a "The Guardian", el diario de Londres (Reino Unido), del 7 de octubre de 2005.

El mismo domingo, en el portal de "MERCOSUR Noticias", el periodista e historiador Fernando Del Corro, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, amplia la información. Dice que Bush no fue el único presidente que pensaba que Dios hablaba con él.

Trae a colación lo ocurrido en diciembre de 1898. La firma del “Tratado de París”, mediante el cual se sella la guerra independentista cubana, de más de tres años con España, definida a favor de Estados Unidos mediante la intervención de las tropas del gobierno de Washington que, en 100 días, se apropió de Cuba y también de Filipinas y Puerto Rico.

La delegación estadounidense actuó siguiendo “expresas instrucciones del presidente William Mac Kinley” quien, al ser consultado al respecto, respondió diciendo “que ello le había sido recomendado por el propio Dios mientras caminaban una noche por los pasillos de la gubernamental Casa Blanca ”.

Esta costumbre de líderes que se asignan que les habla Dios es también utilizada por algunas dirigencias de las iglesias. Ellas aparecen como las depositarias de las órdenes divinas que se traducen en doctrinas y reglamentaciones inamovibles. Mandatos que deben obedecer las feligresías correspondientes y también los que no son adeptos a sus iglesias. Hablan para todo el mundo.

Ese hábito está tan incorporado que es aceptado como un hecho indiscutible. Los responsables de las organizaciones eclesiásticas, generalmente varones, son los mensajeros de Dios. Equívoco deformante que produce el fenómeno de que se crea que esos dirigentes son la voz de Dios. No importa que entre ellos existan serias contradicciones. Si ellos lo dicen es porque Dios es así.

Martín Lutero puso en duda este asunto. En rebeldía con la Iglesia Católica Romana de su tiempo, afirmó que Dios habla con todos y todas y que cada uno, cada una, tiene acceso directo a Dios, especialmente por medio de la Biblia, a la cual toda persona tiene el derecho de leer e interpretar.

Fue en el 1500. Dos siglos antes que la Revolución Francesa acrecentara el valor de la autonomía del ser humano mediante su defensa de la libertad humana. Reforma Protestante y Revolución Francesa, importantes hitos en el caminar hacia el respeto de la persona.

En la confusa situación actual, con poderosos medios de comunicación que promueven el Apocalipsis, se levantan dirigentes religiosos afirmando que hablan con Dios. Ante la imposibilidad de comprobar si es cierto o no, la actitud debe ser la de la duda. La de aquel Tomás que se resistía a creer en la Resurrección de Cristo si no lo veía y no lo tocaba.

Es hora de rescatar el principio de la Reforma Protestante. El de la libre interpretación de la lectura de la Biblia. El de liberarse de la encerrona de la relación de Dios solo en la dirigencia.

Lutero afirmaba que cada persona era un sacerdote ante Dios. Lo fundamentaba en citas que aparece en una de las cartas de Pedro en el Nuevo Testamento. Una relación directa con Dios. Luego la puesta en común de cada feligrés y feligresa para ir percibiendo cual es la voluntad Divina.

Más. Es la hora de la conversación con toda persona, crea o no, que se disponga a leer la Biblia y comentarla. Ella no es propiedad privada de quienes creen en el Cristo Resucitado. Es para todos y todas. Es la hora del pueblo. Del Laos como se expresa en el Nuevo Testamento y de donde proviene laicismo

Otra. Se puede avanzar. Atreverse a ser medio herético y afirmar que en estos tiempos, luego de la deformante historia de lectura de la Biblia, es imprescindible leerla con los y las no creyentes para que se abran las ventanas para que se introduzca la fresca brisa y el fuerte viento que renueve el enmohecido entendimiento eclesial.

Por Anibal Sicardi
Pastor Metodista - Director de Prensa Ecuménica


(*) Artículo publicado en MERCOSUR Noticias el 1 de junio de 2009.

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