Dicho esto, Jesús pasó adelante y emprendió la subida hacia Jerusalén. Cuando se acercaban a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos y les dijo: «Vayan al pueblo de enfrente y al entrar en él encontrarán atado un burrito que no ha sido montado por nadie hasta ahora. Desátenlo y tráiganmelo. Si alguien les pregunta por qué lo desatan, contéstenle que el Señor lo necesita.» Fueron los dos discípulos y hallaron todo tal como Jesús les había dicho. Mientras soltaban el burrito llegaron los dueños y les preguntaron: «¿Por qué desatan ese burrito?» Contestaron: «El Señor lo necesita.» Trajeron entonces el burrito y le echaron sus capas encima para que Jesús se montara. La gente extendía sus mantos sobre el camino a medida que iba avanzando. Al acercarse a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discípulos comenzó a alabar a Dios a gritos, con gran alegría, por todos los milagros que habían visto. Decían: «¡Bendito el que viene como Rey, en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en lo más alto de los cielos!» Algunos fariseos que se encontraban entre la gente dijeron a Jesús: «Maestro, reprende a tus discípulos.» Pero él contestó: «Yo les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras.»
San Lucas 19:28 - 40
Jesús estaba siguiendo el método de los profetas para despertar las conciencias. Los profetas, cuando las palabras no producían efecto, cuando las palabras no alcanzaban, recurrían a algún gesto dramático para que nadie dejara de enterarse.
De Jerusalén a Jericó no hay más que 28 kilómetros, y ese es el recorrido que Jesús realiza junto a sus seguidores. Esa multitud nos podía pasar desapercibida a los ojos del imperio.
La entrada de Jesús de Nazaret a Jerusalén fue en realidad una marcha popular, organizada por los seguidores de Jesús con el propósito de desafiar el dominio romano sobre la ciudad y enfrentar a las autoridades judías del Templo.
Fue un gesto de desafío y de valor. Los líderes judíos ya habían puesto precio a su cabeza (Juan 11:57). Hubiese sido natural que si Jesús tenía que ir a Jerusalén, entrara de incógnito y secretamente; pero lo hizo de una manera que le colocó en el centro de atención, todos lo vieron entrar a la ciudad. Es algo sobrecogedor el pensar que un hombre cuya vida está en peligros, cabalgue a cara descubierta de forma que todos pudieran verle y saber que estaba allí.
Lucas nos presenta a Jesús subiendo de Jericó a Jerusalén. Al pasar cerca del cerro llamado de Los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos a buscar un burrito. Este burrito simbolizaba la paz y la continuidad de la tarea y ministerio de Jesús en sus seguidores.
La gente iba a comprender el mensaje de liberación por que Jesús encarnaba la dignidad de los pobres frente a la opresión. Jesús era el hijo de Dios, más poderoso y por encima de cualquier Cesar imperial.
La entrada a Jerusalén fue gloriosa. La gente salió a las calles a proclamar y recibir al vencedor de los romanos. El pueblo estaba perdiendo el miedo al imperio y finalmente se atrevió a desafiarlo. Todos querían conocer y saludar a Jesús de Nazaret.
A esta entrada triunfal, peregrinación o marcha popular encabezada por Jesús se incorporaba más y más personas, y se cantaban canciones de protesta y se gritaban consignas que estaban prohibidas, pero que se escribían en las paredes: ¡Hosanna! que quiere decir “salva ahora”, y era el grito de auxilio que un pueblo en angustia, oprimido y explotado dirigía a su rey o a su Dios. Es realmente una cita del Salmo 118:25: “¡Sálvanos, Te suplicamos, oh Señor!” La frase utiliza San Mateo para relatar la misma historia es “¡Hosanna en las alturas!» quiere decir: “¡Que hasta los ángeles en lo más alto de las alturas del Cielo griten a nuestro Dios: "¡Salva ahora!"
Los fariseos, atemorizados por la posible reacción de los romanos, temiendo por su vida y seguridad, se acercaron a Jesús para hacerlo abandonar de esta acción de resistencia. El les respondió: “Yo les digo que si ellos se callan, las piedras gritarán”.
Esta entrada triunfal, peregrinación o marcha popular concluyó en el templo, que representaba el poder político local. Terminó con un enfrentamiento con el poder religioso que se había aliado al Imperio Romano. Jesús "comenzó a expulsar a los que ahí hacían negocios." A expulsar a los cambistas, a los que vendían la dignidad y soberanía de su patria. A los que firmaban el Alca o el Tratado de Libre Comercio de aquel tiempo con el imperio.
Históricamente las marchas populares por la justicia han sido siempre expresiones de la fe y de la esperanza de los pueblos.
Considero que Jesús se pone muy triste cuando se entera que sus seguidores están indiferentes a las marchas que se realizan por paz y justicia o que prefieran hacer la vista gorda ante tantos hechos de violencia.
Pero estamos seguros que Jesús está, y se hace presente en el pueblo que se organiza y marcha levantando las banderas de esperanza.
Lo hemos visto abrazando a las Madre y Abuelas de Plaza de Mayo, marchando junto a las familias que reclaman por el Derecho a Vivir en la Ciudad, luchando por la Cultura junto a la Coordinadora en Defensa del Cine el Plata, estuvo levantando escombros y salvando vidas junto a los Cascos Blancos sin ocupar militarmente Haití y Chile... en fin donde vamos y miramos él está, especialmente al lado de los débiles...
Pastores Diego Mendieta y Gabriela Soledad Guerreros
Dimensión de Fe, una Iglesia de todos y para todos...
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