Reflexión Pastoral
San Lucas 9:18-27
Jesús, nuestro Señor, una semana más tarde de realizar el milagro de la multiplicación de los panes y peces que le permitió dar de comer a la muchedumbre hambrienta que lo seguía, se apartó a un lugar para fortalecerse en la oración, pues su actividad pastoral y profética se sostenían por el ejercicio de la solidaridad y la oración.
Allí, en oración y reflexión con sus discípulos y discípulas, hace esa pregunta que resuena desde entonces, a la que una enorme cantidad de corrientes filosóficas y teológicas intentan dar una respuesta.
Quien supo en aquel momento dar una respuesta acertada fue Pedro, un hombre de pueblo, sencillo, un pescador que desde su condición más humilde y como seguidor de Jesús, pudo decir: «Tú eres el Cristo de Dios.», Tú eres el Hijo de de Dios, el Mesías, el Enviado para salvarnos…
Esta respuesta de Pedro sigue manteniendo vigencia y validez, pues para tener una respuesta o definición de ese calibre hay que estar en una permanente conversión, fruto de la experiencia con el Espíritu Dios: ir por el camino de la liberación, que nos conduce a la libertad de todo aquello que condiciona nuestras vidas.
Debemos preocuparnos cuando escuchamos a predicadores y comunidades de fe en cuyos mensajes predomina un evangelio sin exigencias y demandas, pues confesar a Cristo como el Hijo de Dios, el Señor y Salvador de Nuestras Vidas, no es tan sencillo: es el fruto de una vida que está siendo transformada, una vida entregada y comprometida con su causa, con su proyecto liberador para la humanidad y la creación.
No debería ser una frase más en nuestros labios sino una experiencia de vida (tanto en lo personal, como en comunidad), comprometida con la santidad. Como diria el Apóstol San Pablo:
"Les ruego, pues, hermanos, por la gran ternura de Dios, que le ofrezcan su propia persona como un sacrificio vivo y santo capaz de agradarle; este culto conviene a criaturas que tienen juicio. No sigan la corriente del mundo en que vivimos, sino más bien transfórmense a partir de una renovación interior. Así sabrán distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto". Romanos 12:1-2
No hay nada más lejos de la Biblia - la Palabra de Dios – y del pensamiento pentecostal latinoamericano que pensar y creer que la “Santidad” significa vivir una vida alejada de la realidad humana, encerrarse en los templos para dar la espalda a la realidad, o escondernos de la descomposición social y moral que vive y sufre el mundo en el cual vivimos.
Vemos que la creación entera gime y sufre dolores de parto.
Esta descomposición es provocada por la miseria, el hambre, la explotación, la opresión, las injusticias, las guerras y el negocio que representan para algunos... Todo ésto confirma el pensamiento del Apóstol San Pablo cuando dice que la creación se encuentra en esclavitud de corrupción, por lo cual sufre y se duele, espera la liberación de los hijos e hijas de Dios.
Uno de los motivos de oración de Jesús que se registra en San Juan 17 dice:
“Yo les he dado tu mensaje y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del Maligno.”
Dios nos coloca en el centro del mundo para que sin conformarnos con él, lo transformemos en un mundo nuevo y liberado.
Estimados/as hermanos/as, avancemos por el camino liberación de Jesús: despojémonos del viejo hombre-mujer, seamos santos/as como Él fue santo, anunciemos la Buena Noticia, construyamos un mundo nuevo buscando la paz y la justicia.
Diego Mendieta y Gabriela Guerreros
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