Hech 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
Salmo 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
1Cor 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo
Jn 20,19-23: Reciban el Espíritu Santo
Hoy cualquier gran ciudad de puede hacer que recordemos el ambiente que se vivía en la torre de Babel: pluralidad de lenguas, pluralidad de culturas, pluralidad de ideas, pluralidad de estilos de vida y graves problemas inmensos de intolerancia, incomprensión y aceptación entre quienes la habitaban.
La pregunta que nos desafía es: ¿Cómo pueden convivir y entenderse quienes tienen tantas diferencias?
La situación está volviéndose aún más compleja en las grandes capitales y ciudades de todo el mundo.
El movimiento a través de las distintas fronteras es incesante: migrantes del campo, de otras provincias que lo abandonan todo para buscar un horizonte con trabajo digno, una vivienda adecuada y saludable, una calidad de vida mejor. Muchos/as siguen siendo hoy quienes abandonan desesperados su país para tocar a la puerta de los países desarrollados, como muchos/as argentinos/as lo hicieron en la década del 90. Aunque eso significara realizar trabajos humillantes, precarios o los mismos que tenían en su lugar de origen, llegar a la otra tierra era la ilusión... Pero cuando llegaban, si es que los dejaban entrar y no los expulsaban por portación de rostro, comenza un verdadero calvario, hasta poder situarse al nivel de los que allí viven.
Nuestro mundo se ha convertido ya en paradigma de la torre de Babel, esta palabra que significaba «puerta de los dioses». Así se denominaba la ciudad que era símbolo de la humanidad, precursora de la cultura urbana. Una ciudad que se construyó en torno de una enorme torre, una lengua y un proyecto: el de escalar el cielo e invadir el área de lo divino. El ser humano desde su origen fue tentado a ser como Dios (ya antes lo había intentado la pareja – Adán y Eva - en el paraíso, ahora lo intentaban a nivel político).
Pero el proyecto se frustró: aquél Dios de la vida, celoso desde los comienzos del progreso humano, confundió las lenguas y acabó para siempre con la Puerta de los dioses ("Babel"). Después del castigo divino a esa tentadora aspiración de poder humano, las diferentes lenguas fueron el mayor obstáculo para una verdadera convivencia, principio de dispersión y de ruptura humana.
Diez siglos después de escribirse esta narración del libro del Génesis, leemos otra en los Hechos de los Apóstoles que tuvo lugar el día de Pentecostés, la fiesta de la siega en la que los judíos recordaban el pacto de Dios con el pueblo en el Monte Sinaí, «cincuenta días» después de la salida de Egipto.
Estaban reunidos/as los/as discípulos/as, también cincuenta días después de la Resurrección, e iban a recoger el fruto de la siembra que había realizado Jesús con su tarea profético-pastoral. La venida del Espíritu que describe Lucas en su segundo libro (Hechos) está acompañada de eventos: el ruido como de un viento huracanado, lenguas como de fuego, Espíritu (=«ruah»: aire, aliento vital, respiración) Santo (=«hagios»: no terreno, separado, divino). Es el modo que elige Lucas para expresar lo maravilloso, la llenura de un Espíritu que les libraría del miedo y del temor, y que les haría hablar con libertad para propagar la buena noticia y reproducir la misión de Jesús.
Por esto, cuando reciben el Espíritu, comienzan todos a hablar lenguas diferentes. El movimiento de Jesús nace abierto a todo el mundo y a todos/as: Dios ya no quiere la uniformidad, sino la pluralidad; no quiere la confrontación sino el diálogo. Ha comenzado un nuevo tiempo, donde hay que proclamar que todos/as somos hermanos/as, ya no a pesar de, sino gracias a las diferencias propias de cada uno/a; que ya es posible entenderse superando las barreras impuestas que impiden la comunicación, el diálogo y la convivencia en paz.
Porque este Espíritu de Dios no es Espíritu monopólico o de uniformidad: es políglota. Espíritu que pone de acuerdo a gente que tiene puntos de vista distintos o modos de ser diferentes. El día de Pentecostés no vino a traer, como en Babel, más confusión, sino -como dice Lucas- : "Cada uno los oía hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios". Dios hacía posible el milagro de entenderse. Allí se construyo y estrenó la nueva Babel: lejos de uniformidades dañinas, un mundo plural pero igualitario.
Estimados Hermanos/as y compañeros/ de camino: oremos y trabajemos para no seguir levantando muros, rejas ni barreras entre ricos y pobres, como ocurre en las grandes capitales – como la nuestra –, o entre países desarrollados y en vías de desarrollo o que ni siquiera están en esas condiciones.
La venida del Espíritu significó para aquel puñado de discípulos/as el fin del miedo y del temor al imperio dominante. Las puertas de la comunidad se abrieron. Nació una comunidad humana, libre como el viento, como fuego ardiente que avanza sin parar. No sin razón dice el Apóstol Pablo: "Donde hay Espíritu de Dios hay libertad", y donde hay libertad, hay autonomía; y donde hay autonomía, se fomenta la pluralidad y la individualidad, como único camino de unidad.
Que venga un nuevo Pentecostés sobre nuestro mundo –que ésta sea nuestra oración- para acabar con esta ola de intolerancia que nos invade.
Pastor Diego Mendieta - Reflexión Pastoral de Pentecostés basada en la reflexión de Servicio Bíblico Latinoamericano del domingo 27 de mayo de 2012
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