San Lucas 8:1-22
Lucas nos cuenta cómo las mujeres se iban agregando significativamente al movimiento popular que se estaba construyendo entorno a la vida y testimonio de Jesús, nuestro Señor. Las mujeres tuvieron, tienen y tendrán – no sin resistencias de la sociedad patriarcal- un fuerte protagonismo en la construcción del Reino de Dios. El evangelista señala incluso que su compromiso se expresaba con aportes económicos – detalle que demuestra la autonomía con que las mujeres se unían al movimiento-.
Muchos esfuerzos se vienen haciendo por la dignidad y los derechos de la mujer, pero los mismos resultan insuficientes, pues el problema de fondo es el patriarcado y su carácter jerárquico, que coloca en el centro lo masculino como principio de organización social, cultural, política y religiosa.
En este sentido los/as pentecostales somos llamados/as a hacer nuestro aporte, a que inspirados en el Espíritu Santo - principal fuente de liberación- reconozcamos a muestras hermanas y compañeras, a la mujer, como sujeto libre de toda forma de dominación.
Seguidamente nos presenta la parábola del sembrador. Como en un cuadro nos dibuja la importancia de que la palabra acogida en nuestros corazones, pueda ser bien atesorada y compartida para que el Reino crezca.
La realidad latinoamericana y Caribeña, el enorme esfuerzo que hacen los pueblos abriendo los surcos que darán el fruto su liberación, y la diabólica avanzada imperialista sobre los pueblos del sur, exigen de las y los cristianos – particularmente de los pentecostales – que atesoremos y anidemos en buena tierra la Palabra de Dios, y que - al mismo tiempo y sin descanso- la sembremos en la vida de otros/as, para que siga dando frutos. Somos llamados/as a tener la principal acción revolucionaria y fruto del Espíritu, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Entonces : es con el pueblo latinoamericano, históricamente hambreado pero siempre profundamente creyente, con quien caminaremos como dice una canción: “…con fe y esperanza viva, cantando, sonriendo, luchando por la vida”.
Lo último de nuestro texto es la enseñanza que nos deja “la tempestad calmada”:los discípulos atentos a la enseñanza de que el Reino de Dios y su Iglesia no se construyen desde las elites o las castas familiares, sino a través de quienes hacen la voluntad de Dios. Obedientes a la instrucción de Jesús de navegar hasta el otro lado de la orilla, los discípulos todavía no entienden las exigencias y demandas del evangelio. Ellos habían visto y presenciado innumerables obras realizadas por el poder de Dios a través de Jesús sanando, liberando y dando vida. Lo que nunca habían enfrentado es la experiencia de que sus vidas estuvieran amenazadas por causa del evangelio. Esta era la prueba de fe; las y los discípulos necesitaban madurar a la hora de enfrentarse a todo lo que amenace la vida, frente a la muerte, la enfermedad, las persecuciones, las crisis.
El objetivo de las y los cristianos que oramos, trabajamos y luchamos a favor de la vida, la paz, la justicia y la fraternidad de todos los seres humanos y los pueblos, es que el Reino de Dios se haga cada día más presente, hasta consumarse en un mundo nuevo.
En ese camino andamos, juntas y juntos como iguales, construyendo un nuevo mundo y una nueva Iglesia, entregando día tras día nuestras vidas, que no son nuestras, sino del que nos llamó.
Pastores Diego Mendieta y Gabriela Guerreros
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