LA PALABRA, ES INSEPARABLE DE LA ACCIÓN
Los Evangelios nos cuentan cómo Jesús instruyó a sus discípulos/as y seguidores/as acerca de la coherencia entre la palabra y la acción, entre lo que se dice y lo que se hace, para no ser confundidos con los fariseos y los saduceos, quienes eran un claro ejemplo del divorcio entre la teoría y la práctica. Por esta razón Jesús es contundente cuando les dice “¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes son como sepulcros bien pintados, que se ven maravillosos, pero que por dentro están llenos de huesos y de toda clase de podredumbre.”
Las ideas implícitas en el mensaje pastoral y profético de Jesús eran consecuentes con su práctica revolucionaria a favor de los más pequeños y débiles de su tiempo, esto hacía presente y cercano el amor del Dios de la vida y de la historia.
Al concluir el inspirado y trascendente Sermón de la Montaña, Jesús les subraya a sus discípulos/as y seguidores/as que: “No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo.” Esto no se negocia… porque podremos tener la mejor oratoria, pero ésta sin la práctica concreta es falsedad e hipocresía. Así es como aunque hayamos hablado en su nombre, expulsado demonios y realizado muchos milagros, si no lo hicimos consientes de que es para bien de la comunidad y no para nuestro reconocimiento e intereses mezquinos, entonces la respuesta será la misma: “Nunca les conocí. ¡Aléjense de mí, ustedes que hacen el mal!”
Para que no queden dudas de este principio, se los explica gráficamente, contándoles la historia de dos personas que edifican sus casas con materiales diferentes.
El primero, “hombre sabio y prudente”, construyó su casa sobre la roca. Al venir la lluvia, al soplar los vientos y crecer los ríos, su casa siguió firme, no se cayó porque tenía su base sólida. Edificar y construir sobre la roca es construir haciendo la voluntad del Padre celestial.
El segundo, “un tonto”, un necio que construyó su casa sobre arena. Al venir la misma lluvia, al soplar los mismo vientos y crecer los mismos ríos, su casa no resistió, “se derrumbó y todo fue un gran desastre”, se vino abajo porque tenía su base sobre la arena. Edificar y construir sobre la arena es no obedecer la voluntad del Padre celestial.
Esta imagen literaria se puede aplicar a nuestras propias vidas, a la vida de la Iglesia y de nuestros pueblos.
Miremos nuestra Iglesia a la luz de estas palabras.
“La Iglesia de Dios” es una Iglesia Evangélica y Pentecostal, nacida el 24 de Septiembre de 1952, que realizó una clara opción por los pobres en su histórico caminar ecuménico en nuestro país, pero hoy se hace evidente que algunos - pocos- referentes pastorales han construido su casa sobre la arena. Ya no resisten el trato de Dios, que es penetrante como la lluvia en el campo. No resisten los vientos liberadores del Espíritu, que inspiran a hombres y mujeres a repensar su práctica como Iglesia. Y, sobre todo, no resisten la realidad social, llena de injusticias y atropellos que crecen como un río desbordante que ahoga a nuestros/as hermanos/as.
Por eso este llamado, estimados/as hermanos/as: es Jesús quien nos convoca a construir nuestra casa sobre la roca, a no divorciarnos de nuestra historia y de nuestra opción evangélica. Sigamos construyendo una Casa y una Iglesia de todos y para todos…, una Iglesia que en su práctica no separe la fe de las buenas obras; el amor a Dios, del amor al prójimo; el culto de la vida; las palabras de la acción; el dar testimonio de ser testigos y de hacer realidad dicho testimonio. Sigamos reconociendo que Jesucristo es el Señor de la totalidad de la vida humana y de la creación. Hagamos la voluntad de nuestro Padre.
Pastores Diego Mendieta y Gabriela Guerreros
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